Los giros historiográficos resultan cargantes cuando se ponen de moda, cierto. Pero también lo es que el affective turn no sólo está poniendo en evidencia la importancia de considerar las emociones como parte sustancial de la historia, sino que permite ensanchar el alcance de otras herramientas de trabajo, de distinta procedencia, previamente incorporadas al trabajo cotidiano del historiador. Es el caso del concepto de cultura política, que para este grupo de investigación viene siendo hace años una categoría fundamental en sus análisis. Desde el momento en el que las emociones dejan de ser consideradas fuerzas irracionales que pugnan en el interior de cualquier ser humano y pasan a ser entendidas como instrumentos cognitivos, modulados socialmente, no cabe duda de que se convierten en un elemento fundamental para quienes quieran estudiar la acción política desde claves culturales. Por eso en este proyecto-blog, junto al enfoque de género y su desborde transversal, nos interesamos por las emociones como marcos de referencia para la razón y la acción humanas.
No es, claro, nada nuevo.
Ya R.G. Collingwood se refirió al trabajo del historiador como el del detective, que no da por bueno lo primero que se le cuenta, sino que se pregunta quién lo dijo, por qué, bajo que perspectiva, qué ganaba el que lo contó de aquella forma…
Entre los que han insistido en la visión del historiador como detective está Robin W. Winks que en su The Historian as Detective: Essays on Evidence, recopiló una colección de aleccionadores relatos sobre la dificultad para ser un historiador solvente, con la conclusión última de que, al, igual que el detective, el atributo básico de un historiador crítico es la desconfianza o al menos el recelo respecto a los testimonios del pasado ya que los documentos pueden ser propaganda, o pruebas reales pero sesgadas, o incluso haber sido por completo fabricados en otra época.
Vivimos tiempos difíciles. La crisis económica afecta con dureza a millones de personas en España y los ciudadanos, además, sentimos que nuestro sistema representativo sufre también una crisis, que nuestra democracia ha perdido calidad.
La relación entre gobernantes y gobernados es uno de los hilos conductores de la historia de la humanidad y uno de los principales temas de interés en la Época Contemporánea. De hecho, en los orígenes del liberalismo y de la construcción del Estado liberal en Europa y América se discutieron intensamente la filosofía y los criterios que debían incluir/excluir, elegir/seleccionar a los ciudadanos en la esfera pública. Y, dentro de ello, también se polemizó sobre el perfil y el papel del representante político ideal.
A grandes trazos, la labor investigadora del historiador es muy solitaria: búsqueda de fuentes, consulta de documentación en archivos, lectura e interiorización… Casi todo discurre en soledad, y por eso son tan importantes los encuentros científicos en los que no sólo se avanzan los resultados del trabajo propio, sino que se debate con los demás y se articula así un conocimiento mucho más refinado que el que puede surgir de una labor puramente individual. Por ello, desde el principio nos planteamos la participación en congresos internacionales como un punto prioritario de nuestra agenda de grupo, que hemos inaugurado en tierras argentinas con motivo de las XIV Jornadas Interescuelas, celebradas en Mendoza del 2 al 5 de octubre.