La victoria de Portugal ayer en la Eurocopa 2016 es una buena ocasión para hacer visibles las raíces gitanas de muchos buenos jugadores del futbol mundial. Pirlo, Van der Vaart, Reyes… y, especialmente hoy, Quaresma, por citar solo algunos de los más destacados: varios medios de comunicación han empezado a llamar la atención de una u otra forma sobre el aporte de los roma al fútbol.
Ricardo Quaresma, bien apodado El Cigano, es uno de los héroes del día tras la emocionante gesta de Portugal frente a Francia en la final de la Eurocopa. De madre gitana, varios miembros de su familia son parte de la historia del futbol portugués (y mundial) desde antiguo. El propio Ricardo fue introducido en este mundo por su hermano, Alfredo Andrade Quaresma; pero ya antes los aficionados habían conocido el juego de su tío, el gran internacional portugués Alfredo Quaresma (1944-2007) y, aún antes, el de su tío abuelo, Artur da Silva Quaresma (1917-2011), cinco veces internacional del futbol portugués entre 1937 y 1943.
En 1938, Artur Quaresma demostró una admirable valentía política en momentos muy difíciles, cuando, en un partido entre Portugal y España organizado por y para la propaganda de los regímenes dictatoriales de Salazar y Franco, se negó a secundar el saludo fascista a la romana de “obligado” cumplimiento. Sus brazos caídos al lado del cuerpo fueron el único acompañamiento del discrepante puño en alto que elevaron dos futbolistas portugueses comunistas. La censura manipuló las fotografías del encuentro para que no quedara huella de ello.
Ricardo Quaresma tiene motivos para estar orgulloso de su familia.
Y no solo por la valentía de su tío abuelo. Su madre, Fernanda, sacó adelante a la familia con un tesón que el jugador destacó en una entrevista para la SIC portuguesa. “Nunca me faltó amor y comida en la mesa. Mi madre, que tenía tres trabajos, nunca dejó que faltara algo”, afirma Quaresma al contar diversos episodios de su vida. También recuerda cómo el racismo y el antigitanismo estuvieron presentes en su niñez: “Hay gente que dice que no hay racismo, pero desgraciadamente no es así. Un día desapareció un abrigo en la escuela. Los padres, pronto comenzaron a decir que, sin duda, debió ser cosa del gitano. Más tarde, la verdad salió a la luz y se dieron cuenta de que no tenía que ver conmigo”. Y, a pesar de ello, Quaresma añade: “Me siento orgulloso de lo que soy”. Realmente, tiene motivos para ello.
Quizá en algún momento, el éxito deportivo de estos héroes de la modernidad haga reflexionar sobre el racismo que atraviesa nuestra cultura y que castiga a los gitanos de manera muy especial. Quizá en algún momento incluso, quienes escriben en los periódicos ensalzando a estos héroes se den cuenta de que llevan –como llevamos todos- el racismo impregnado en nuestra mirada y nuestra escritura. Quizá entonces, al presentar al “futbolista gitano” se deje de subrayar el carácter carcelario de sus tatuajes y de poner por delante “el reloj en la muñeca, aunque podría ser de pared, cargado de brillantes” y “el anillo, un sello de oro que ríanse ustedes de los que reparten a los ganadores de la NBA”, porque hayamos aprendido el peligro del estereotipo, ese que estigmatiza a la vez que exotiza y que dejamos atrás cuando contamos otras historias de éxito no tipificadas como “gitanas”.