Observar críticamente las imágenes que damos por obvias y reales es un reto que no solemos afrontar. Sin embargo, conocer cómo se han fabricado históricamente las representaciones sobre aquellos colectivos marcados por cualquier clase de discriminación y reflexionar sobre la carga de prejuicios implícitos son los primeros pasos en el proceso del reconocimiento de una auténtica igualdad de derechos. Sin el esfuerzo de limpiar la mirada social mayoritaria de presunciones sobre la forma de ser de los “otros”, no hay ley que valga. Se trata, es cierto, de un trabajo incómodo, porque nos enfrenta con los límites de nuestra propia intención de vivir en una sociedad inclusiva y justa. Es también un trabajo complejo, porque no siempre son evidentes los objetivos, incluso desde la lucha contra la discriminación. La historia de cómo, después de la Segunda Guerra Mundial, los países aliados asumieron el horror de la violencia masiva perpetrada por el nazismo muestra una jerarquización victimaria bien expresiva en este sentido. Una imagen puede ayudarnos a entrar en los sótanos culturales de nuestras actitudes políticas. Entre las fotografías más conocidas y reproducidas del terror nazi está la de una niña que, con la cabeza cubierta por un pañuelo, se asoma asustada al exterior del vagón que la llevará a Auschwitz, instantes antes de que un soldado selle la puerta. En realidad, no es una foto fija sino un fragmento de una breve película que fue obligado a filmar Rudolf Breslauer, un prisionero judio de Westerbork, el campo de concentración de donde partía el tren.
Durante mucho tiempo se dio por supuesto que la niña era judía, y bajo este sobreentendido la fotografía se convirtió en una imagen icónica del holocausto, al resumir su crueldad enfrentándonos a la mirada viva de una condenada a muerte. En Holanda, lugar de origen de los deportados, la imagen de esta niña se hizo tan conocida como la de la misma Anna Frank. En 1992, el periodista Aad Wagenaar investigó a fondo su historia y descubrió quién era la niña (Settela. Het meisje heeft haar naam terug, Amsterdam, De Arbeiderspers, 1995). Se trataba de Settela Steinbach, de nueve años, integrante de una familia de gitanos sinti que fue deportada en 1944 al campo de Auschwitz-Birkenau. Allí murieron ella y sus hermanos; también la madre, a la que una superviviente recuerda llamando a la niña para que metiera la cabeza dentro del vagón y no se dañara; el padre, violinista y comerciante, vivió solo hasta 1946.
El descubrimiento de que la protagonista de la foto icónica no era judía sino romaní se enfrentó entonces con la incredulidad: la sociedad holandesa de los primeros años noventa todavía se sentía tan avergonzada por lo ocurrido en su país con los judíos que no veía correcta la comparación de su sufrimiento con el de otros colectivos –gitanos, homosexuales…-, como si ello rebajara la gravedad o el reconocimiento del holocausto judío.
Esta reacción refleja bien la desconsideración del genocidio romaní que ha sido la actitud más generalizada en Europa y América hasta muy recientemente. El trato muy distinto dado a unas y otras víctimas de la persecución racial nazi se muestra tanto en el retraso historiográfico como en el tardío reconocimiento oficial. La historia del exterminio romaní (Porrajmos) ha tardado en contarse mucho más que la del pueblo judío o la de otros colectivos represaliados por el nazismo. La falta de interés, la denegación del reconocimiento a las víctimas, el miedo, las dificultades documentales…, todo ha conspirado para convertirlo en lo que durante un tiempo se llamó, justamente, el “holocausto olvidado”.
Hay sin embargo ya una bibliografía amplia sobre la violencia mayor y más sistemática ejercida contra el pueblo rom, poniéndola además en relación con la historia de la gitanofobia en general. Entre estos trabajos, destaca la trilogía colectiva formada por los libros de Herbert HEUSS; Frank SPARING; Karola FINGS; et al. (eds.), The Gypsies during the Second World War. 1 From «Race Science» to the Camps, Hatfield, University of Herthfordshire Press, 1997; Donald KENRICK (ed.), The Gypsies during the Second Wolrd War. II: In the Shadow of the Svastika, Hatfield, University of Herthfordshire Press, 1999; y Donald KENRICK (ed.), The Gypsies during the Second Wolrd War. III The Final Chapter, Hatfield, University of Herthfordshire Press, 2006. Junto a estas obras, cabe destacar la investigación de Guenter LEWY, The Nazi Persecution of the Gypsies, New York – Oxford, Oxford University Press, 2000, que discute algunas afirmaciones anteriores y documenta exhaustivamente las diversas formas de persecución. Por su parte, Ian HANCOCK, introdujo el término romaní Porrajmos (“A Glossary of Romani Terms”, The American Journal of Comparative Law, Vol 45, N 2, 1997, pp. 329-344). Del mismo autor puede verse también, “On the interpretation of a word: Porrajmos as Holocaust” (2006) y The Pariah Syndrome: An Account of Gypsy Slavery and Persecution, Ann Arbor, Karoma Publishers, 1987 (hay una versión electrónica disponible).
Más lento ha sido aún el proceso del reconocimiento político y legal de los gitanos como víctimas del nazismo, la reparación económica por parte de los responsables y el cuidado simbólico de la memoria de este colectivo. La historia del monumento elevado en Berlín en recuerdo del genocidio romaní es bien expresiva de ello: tras negarse en los juicios de Núremberg y en declaraciones oficiales posteriores que hubiera habido persecución racial contra los gitanos durante el nazismo, en 1982 se abrió por fin la posibilidad de que el reconocimiento por parte del gobierno alemán se materializara en un memorial similar a los dedicados a otros colectivos víctimas del holocausto. No fue hasta el año 2012 cuando se inauguró el monumento.
Tenemos muchas imágenes a nuestro alcance para reflexionar sobre todo ello. Las fotografías tomadas por los gestores del terror racial nazi, ya fueran policías, otra clase de funcionarios o prestigiosos científicos devuelven el revés de la trama analizadas con los instrumentos adecuados. Miremos las imágenes de lo irrepresentable, imágenes a pesar de todo, como afirma Didi-Huberman, y no prolonguemos la injusticia este olvido histórico e historiográfico. Y atrevámonos a colocar, junto al sufrimiento localizado en el tiempo que encierran, la realidad histórica de que, derrotado Hitler, los gitanos continuaron siendo objeto de maltrato legal, persecución política y prejuicio social. Episodios como el de los carnets antropométricos o la vuelta a casa de Walter Winter, abordados en otras entradas de este blog, deben ayudarnos a leer las imágenes de lo que nos parece inconcebible.
* El libro de Add Wagenaar ha sido traducido al inglés por Janna Eliot y publicado con un posfacio de Ian Hancock: Settela, Five Leaves, 2005. El cineasta Cherry Duyns filmó sobre su base un documental en 1994 (Settela, gezicht van het verleden).