Paradojas de la ciudadanía

¿Gobernantes versus Gobernados?

¿Gobernantes versus Gobernados?

La actual distancia entre la ciudadanía y sus representantes políticos parece ahondarse progresivamente sin solución de discontinuidad ¿Qué potenciales aportaciones podemos implementar desde nuestro campo de conocimiento a este debate? Para el abordaje de este tema, con sus propias implicaciones pasado-presente como corresponde a la Historia Científica desde su base epistémica y, por qué no, metodológica, partimos de una de las reflexiones que nuestro compañero Rafael Zurita expuso en este mismo blog a comienzos de noviembre:

“La relación entre gobernantes y gobernados es uno de los hilos conductores de la historia de la humanidad y uno de los principales temas de interés en la Época Contemporánea. De hecho en los orígenes del liberalismo y de la Construcción del Estado liberal en Europa y América se discutieron intensamente la filosofía y los criterios que debían incluir/excluir, elegir/seleccionar a los ciudadanos en la esfera pública. Y dentro de ello, también se polemizó sobre el perfil y el papel del representante político ideal.

En la actualidad, leemos y escuchamos de forma recurrente términos como “decepción”, “descrédito” o “desconfianza”, referidos todos ellos a la relación entre los ciudadanos y los políticos, fundamentalmente de los partidos que gobiernan o han gobernado. Se trata de un discurso crítico que fija su atención tanto en los valores de la ética política como en los mecanismos que organizan la representación política y articulan la participación ciudadana. Ante esto, el afloramiento de casos de corrupción combinado con la crisis económica y social ha originado respuestas desiguales que, por el momento, sumen en el pesimismo a una parte de la ciudadanía”.

La génesis histórica de la construcción intelectual del representante político ideal en los inicios del liberalismo en España hacía referencia a una serie de lugares comunes, que no diferían en demasía del entorno europeo ni de planteamientos similares esgrimidos en el continente americano: pilares muy básicos y de carácter elitista como la calidad económica asociada directamente a una supuesta independencia, recursos intelectuales vinculados al sentido común, la educación universitaria o el talento y valores morales como la integridad, laboriosidad, moderación o la generosidad comienzan a estimular la consolidación del ideal del elegible durante el s. XIX. Todo ello se instrumentalizaría como base y punto de partida para conformar los puntos nodales de los caracteres específicos a escala teórica del “político virtuoso”: capacidad de trabajo, de gestión, capacidades intelectuales y formativas, capacidades para la práctica del juego limpio en política, independencia, anti-corruptibilidad… De manera muy genérica, este perfil del representante político en distintos grados y niveles ha sido heredado por parte de las elites políticas a lo largo de la Edad Contemporánea hasta tiempos actuales, añadiendo elementos novedosos como la potenciación del plano “vocacional” hacia el servicio público, es decir, el desarrollo de la vocación del representante político como servidor de la ciudadanía. El análisis de los mecanismos de ruptura entre los planteamientos teóricos a escalas ideales y los comportamientos prácticos reales también nos pueden llegar a mostrar claves para la comprensión de la génesis histórica del problema, salvando las lógicas distancias de la política elitista propia de la formación y consolidación del liberalismo respecto a la actual política de masas. La cuestión sería la siguiente: ¿Hay alguno de esos caracteres del ideal de “político virtuoso” que no esté puesto en tela de juicio a nivel social por parte de la ciudadanía española y/o de otros países del entorno europeo en la actualidad? ¿Se produce en efecto una potencial ruptura entre gobernados y gobernantes, redundando en la crisis de confianza en los sistemas de gobernanza?

El economista, escritor y habitual colaborador de El País César Molinas avivó en su momento este debate a través de la publicación de un artículo en el propio diario El País bajo el título “Una teoría de la clase política española” en septiembre de 2012 (http://politica.elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html) y la posterior publicación del libro Qué hacer con España. Del capitalismo castizo a la refundación de un país. Barcelona, Ed. Destino, 2013. Publicación que en los últimos tiempos sin duda ha logrado activar líneas de debate y discusión dentro de diversos foros, en puridad, Molinas no ha generado posturas indiferentes, al contrario éstas han basculando desde el elogio a la crítica feroz. En su análisis de las diversas líneas causales que convergen en las problemáticas actuales fija su atención en el concepto de “elites extractivas”, a través de esta crítica a la clase política española se argumentaría el actual escenario de crisis moral, ética e institucional que aqueja al país según el autor. En todo caso el término “elite extractiva” proviene en primer término del Nobel de Economía Douglas North y en segundo de Daron Acemoglu y James Robinson (Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Bilbao, Ediciones Deusto, 2012.)

El autor aborda el concepto desde la base de un modelo de desarrollo económico –que denomina “capitalismo castizo”– basado en la hibridación entre la administración pública y los intereses empresariales y financieros particulares. En ese sentido argumenta que “la clase política española ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la población”. Esta clase política formaría una elite extractiva, que en este caso sería la principal responsable “de la burbuja inmobiliaria, del colapso de cajas de ahorro, de la burbuja de la energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias”. Este problema “endémico” de la clase política española es analizado por el autor desde sus orígenes históricos partiendo de la Transición española a la Democracia, finalmente la receta que propone para atajar este problema se dirige hacia “una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario” lo cual conllevaría un vuelco muy positivo en la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural. Esto desde el prisma meramente político a la hora de enfocar los problemas estructurales del país según el diagnóstico del autor, desde una visión más general cualquier tipo de reforma que no llevase aparejada una apuesta decidida por las mejoras sustanciales en educación, investigación y emprendimiento necesariamente quedaría incompleta y condenada al fracaso.

Más allá de las múltiples aristas analíticas que este complejo debate puede tener en la actualidad, incluso de sus virtualidades explicativas a la hora de trasladarlo a otros ámbitos aparte del caso español, si miramos hacia el pasado: ¿sería posible, aunque pudiese resultar excesivamente generalista, aplicar elementos del modelo de elites extractivas a las elites políticas y grupos de poder en el período de formación del modelo de Estado representativo y liberal? ¿Se puede producir esta hibridación de intereses públicos y privados a la hora de explicar procesos históricos como la desamortización, concesiones estatales, concesiones ferroviarias… o en sentido genérico manifestaciones sociopolíticas como el clientelismo y el caciquismo? ¿Podría aplicarse el concepto de elites extractivas como elemento de análisis y debate respecto a las distintas visiones y reflexiones a la hora de incluir y excluir de la ciudadanía política en diferentes ámbitos? Por último, si fijamos nuestra mirada nuevamente hacia el presente: ¿qué podemos aportar como historiadores/as o desde las Ciencias Sociales en general a debates de esta naturaleza y, por desgracia, de candente actualidad?

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