Las imágenes más “inocentes” son a veces las más peligrosas.
Eso podría afirmarse a propósito de los cuentos infantiles que a lo largo de muchos años han venido empleando a personajes tomados del mundo gitano para adoctrinar a los niños con el objetivo de enseñarles a ser obedientes. Durante los siglos XVIII, XIX y XX, una parte de la pedagogía orientada a infundir los valores de la cultura oficial y de la disciplina familiar se ejerció a través de historias en las que frecuentemente los niños rebeldes -esos que se habían aventurado a desobedecer a sus padres y abandonar la comodidad de sus hogares- acababan siendo robados por bandas de gitanos que les hacían desaparecer de la noche a la mañana.
Estos secuestradores, a los que se describía viviendo en los márgenes de la sociedad civilizada, representaban todos los males de la barbarie, en contraposición con las supuestas virtudes de la cultura nacional: paganos, inmorales, incultos, criminales… En la cumbre de la jerarquía de las acciones ilegales que se les atribuían en estas historias, el delito del robo de niños por parte de los gitanos es un tópico recurrente en la literatura infantil europea.
Mariska es solo una de las más famosas de estas niñas de ficción robadas por los gitanos, la dulce hija de un hombre acomodado que un mal día se encuentra con el peligro cara a cara por cometer un descuido paseando a caballo:
Una mujer vieja y fea la miró a la cara.
––¡Ja, ja, ja! ––rió la anciana mientras un diente grande le subía y bajaba en la parte delantera de la boca.
Ahora parecía una gran ave rapaz que había atrapado a un pequeño pajarito.
En seguida, la anciana metió a la niña un rebujo en la boca, atándolo con un trapo.
Al cabo de un rato, llegaron a un carromato. Allí le quitaron a Mariska toda su ropa bonita y luego le dieron una ropa muy fea, sucia y asquerosa. La cara, las manos y los pies se las untaron con porquería, echando después petróleo a la bonita ropa para quemarla. Fue algo terrible. Y esa mujer estaba allí y no cesaba de reír. De vez en cuando, le tiraban de los pelos a la pobre Mariska.
––¿No hemos hecho de ti una linda pordiosera? Vuelve ahora a la granja de tu padre, ya verás cómo dicen que eres una sucia gitana y te echan al perro.
Los niños de esos gitanos ya estaban fastidiando a Mariska con muy mala intención, le tiraban de los pelos, le daban golpes y patadas. Y, de todo, lo que más le molestaba a Mariska eran esas palabras groseras. Le decían cosas muy feas. Cogieron ahora a Mariska, volvieron a introducirle un rebujo en la boca y un trapo delante y así la metieron en un gran baúl de madera.
––Ya está ––dijo el hombre––. De esa misma manera hemos pasado muchas cosas por la frontera.
Sandor Kis, Mariska de Circusprinses [Mariska la princesa del circo], 1955, pp. 16‑18.
Esta y otras cuatrocientas historias similares, publicadas en un pequeño país como Holanda entre 1825 y 1980 en libros dirigidos al público infantil y juvenil, fueron objeto de estudio por parte de Jean Kommers, un antropólogo interesado por los procesos de formación de las imágenes y, especialmente, la construcción de imágenes de alteridad cultural. En su caso, la llamada Imagología, una disciplina practicada con éxito en círculos académicos del norte y centro de Europa que analiza el papel de las imágenes en los procesos de formación de las identidades nacionales, se dirigió fundamentalmente al estudio de aquellas representaciones que recaen sobre grupos sociales marginados o dominados.
Así, en 1993 publicó un libro sobre la imagen de los gitanos en la literatura infantil, Kinderroof of Zigeunerroof? Zigeunners in kinderboeken [¿Robo de niños o robo de gitanos? Los gitanos en la literatura infantil] (Utrecht: Van Arkel), del que ahora se está preparando una edición revisada en español.
En este estudio, Jean Kommers llegaba a importantes conclusiones, que siguen teniendo validez veinte años después, entre ellas la de que la literatura “inocente” y “trivial” de los cuentos dirigidos a los niños ha tenido un papel sustancial en la difusión de imágenes que convierten a los gitanos en un desecho de la sociedad, un grupo que no merece derechos cívicos. El título del libro de Kommers resume su principal conclusión, pues alude al mito del “robo” a la vez que lo invierte: al presentar recurrentemente a los gitanos bajo estereotipos negativos, la literatura infantil les ha robado la posibilidad de ser visto por sucesivas generaciones de adolescentes como sujetos dignos de respeto.
La imputación de delitos como el robo de niños es analizada en su valor simbólico, como una frontera que separa radicalmente a unos y “otros”. La atención a los aspectos estructurales de esta clase de literatura –especialmente el recurso insistente a las oposiciones binarias (blanco/negro, civilizado/bárbaro, cristiano/pagano)- permite al autor señalar los fundamentos ocultos y los efectos sociales de expresiones de xenofobia que pueden darse también en el presente. En paralelo a todo ello, el trabajo de Kommers sugiere que “estos libros ‘inocentes’, que declaraban intenciones de instruir a los niños sobre la importancia de comportarse en la vida como buenos cristianos, eran de hecho también –y antes que nada- libros sobre el poder; (…) el poder de la sociedad dominante sobre otra sometida. Trataban de la desigualdad social y jugaban un papel importante en su prolongación”.
La relevancia social y la originalidad científica del estudio de Kommers hacen que sin duda merezca ser recuperado. Ese es el propósito de la edición española que pronto verá la luz. La Editorial Universidad de Sevilla ha asumido la traducción del neerlandés de un libro que tuvo escasa tirada y poca difusión en su momento, y lo publicará, al cuidado de María Sierra, en su Colección de Historia y Geografía. El nuevo libro no solo recoge el valioso estudio original publicado en 1993, sino que le añade dos textos que lo revisitan y acercan a la realidad (social y académica) actual. Por un lado, el propio autor firma un ensayo, titulado “Veinte años después…” en el que somete a crítica y discusión los resultados de su trabajo, apuntando la necesidad sumar al enfoque antropológico empleado en origen otros enfoques de índole historiográfica. María Sierra, por su parte, procura recoger este guante en su “Estudio introductorio”, en el que también explica las razones y el sentido de esta peculiar aventura editorial hispano-holandesa.
Si, como señala Jean Kommers en su labor de autocrítica, debemos preguntarnos por los cambios en las interpretaciones de los símbolos inscritos en imágenes que se muestran muy persistentes, también conviene reflexionar sobre el hecho de que la representación que la mayoría de los payos tenemos de los gitanos no procede del trato directo con los mismos; ni siquiera en España, un país con más de medio millón de gitanos entre sus ciudadanos y con un creciente número de asociaciones de autorepresentación de la comunidad gitana. Las iniciativas para revisar y disolver estereotipos, que recientemente se han dirigido a segmentos muy diversos de la cultura oficial, desde los medios de comunicación a la Academia de la Lengua, aún tienen mucho trabajo por delante.
Pasado y presente, minoría y minorías: el estudio de las representaciones también sirve para iluminar relaciones entre fenómenos de marginación e injusticia social de distintos momentos y protagonistas. Las palabras pronunciadas por el alcalde de la localidad austriaca de Grosskirchheim este verano, rechazando alojar a refugiados, parecen calcadas de uno de los cuentos sobre gitanos analizados en el libro de Kommers, (Janse: Er komen vreemde logeergasten [Vienen extraños invitados], 1979):
Es nuestro pueblo. Estamos acostumbrados a dejar las puertas abiertas durante la noche. Porque no hay en los alrededores rateros ni ladrones. Todo eso cambiará cuando esos alojamientos se abran, y no queremos que eso ocurra. (NOS, 14-8-2015).
“Los refugiados son los nuevos gitanos”, afirma el filósofo húngaro Gaspar Miklós Tamás ante los recientes acontecimientos vividos en su país. Su reflexión es la mejor salida para este post sobre un libro atento a los procesos de formación de las imágenes y el mantenimiento o trasvase de sus contenidos simbólicos. Representaciones de alteridad y marginación social componen un circuito de doble vía.
Sin olvidar, por otra parte, que entre los refugiados hay muchos “antiguos” gitanos.
(*) En este texto se emplea la palabra gitano intencionadamente y por varios motivos que queremos precisar. Primero, porque es el término utilizado en la literatura a la que nos referimos. Segundo, porque, a pesar de ser conscientes de que en inglés y otros idiomas la palabra gitano tiene un fuerte componente peyorativo que hace que los que se consideran así interpelados rechacen esta denominación para preferir la de rom (roma, romaní), en español el término gitano tiene un significado positivo desde el punto de vista identitario por parte de quienes así se llaman con orgullo. Por eso, esta entrada emplea de forma diferente el término según el contexto lingüístico.