Paradojas de la ciudadanía

Creando subalternos: imágenes sobre el pueblo gitano

«Creando subalternos: imágenes sobre el pueblo gitano»

El proceso secular que ha ido conformando la visión del pueblo gitano como un grupo subalterno, distinto e inferior a la autodenominada sociedad civilizada (occidental, blanca), es el motivo que reúne a los nueve especialistas que participan en el nuevo número de la revista Historia Social. Coordinado por María Sierra, este dosier recorre un largo camino cronológico (desde el siglo XVI hasta mediados del XX) en busca de los orígenes y el desarrollo de las representaciones del pueblo gitano. Pretende, por tanto, rastrear las derivaciones de una imagen inventada, no de una realidad humana que –sabemos– queda muy lejos de las ficciones aquí estudiadas.

Sin embargo, y pesar la distancia que las separa de las gitanas y los gitanos de carne y hueso, estas imágenes influyeron inevitablemente en sus vidas y establecieron en muchos casos los caminos y los límites a los que las distintas comunidades romaníes debieron ceñirse durante siglos. Son, por tanto, fundamentales para entender de dónde proviene el menosprecio sistemático que este pueblo ha sufrido secularmente y que sigue padeciendo en nuestros días. Además y complementariamente, estos retratos densos sobre el pueblo gitano expusieron con nitidez los miedos y las ansiedades de sus autores, representantes de una sociedad que al intentar definir al pueblo gitano no hacía más que hablar de sí misma y exhibir el amplio rango de miedos y ansiedades que la acechaban. Las visiones históricamente fabricadas sobre los gitanos poseen, en consecuencia, una potencialidad explicativa enorme que nos ayudará a comprender mejor la necesidad que la cultura occidental-hegemónica ha experimentado desde la Edad Moderna hasta el presente por trazar una periferia que la sitúe a sí misma como centro y por dibujar a un “otro” frente al que reafirmar la primacía de su “yo”.

Los gitanos imaginados han sido protagonistas habituales de esta periferia y han personificado en no pocas ocasiones esa “otredad” tan fantaseada. Por ello no solo resulta oportuno, sino también obligatorio, hacer acopio de cada instrumento de análisis (desde el pensamiento poscolonial a la teoría de género, pasando por los estudios de las culturas políticas o la teoría y crítica literarias) y cada fuente documental (las obras plásticas, los escritos judiciales y legales, las piezas de creación literaria…) para desentrañar la intrincada red de imágenes sobre los gitanos que han conducido a la estigmatización de este pueblo durante, al menos, los últimos cinco siglos.

Este recorrido de desmontaje y cuestionamiento comienza con el texto firmado por Lou Charnon-Deutsch y titulado «“Quiénes son los gitanos” Los orígenes del proceso de estereotipación de los romaníes en España». Qué mejor pórtico de entrada al estudio de los discursos históricamente construidos sobre el pueblo gitano que la indagación en las raíces de su proceso de estereotipación. La gitanilla, conocida obra de Miguel de Cervantes publicada en 1613, sirve a Charnon-Deutsch para adentrarse en el análisis del retrato que la literatura y la tratadística erudita del Siglo de Oro hicieron de los gitanos. La admiración cervantina por el nomadismo, su insistencia en la diferencia racial y la peculiaridad de los hábitos sociales gitanos eran, como recuerda la autora, moneda de cambio habitual en su tiempo. Sin embargo, la popularidad de la obra de Cervantes contribuyó, seguramente como ninguna otra, a la intensificación y al desarrollo de unos tópicos que cruzarán la Edad Moderna para sentar las bases de la subalternidad a la que los gitanos quedaría relegados desde la temprana Edad Contemporánea.

De hecho, el personaje de Preciosa de la novela cervantina condensaba ya muchas de las facetas sobre las que se construirá la alteridad identitaria de la mujer gitana en el siglo XIX. Como muestra David Berná Serna en «Públicas, brujas y sumisas. La mujer gitana en los discursos de alterización identitaria europea hasta mediados del siglo XX», la otredad femenina-gitana se conformó en relación íntima con otras imágenes de lo ajeno y peligroso, como la de las brujas. En un caso y otro (y cuando no, en ambos combinados) la mujer “otra” funcionó desde el siglo XV como un perfecto contrario frente al cual se erigía y reforzaba el esquema de la feminidad virtuosa, moral y socialmente aceptable. Como explica Berná, este juego de opuestos se mantendría más allá de la Edad Moderna y seguiría articulando los estereotipos de feminidad decimonónica, amparados por el pensamiento romántico y los presupuestos cientificistas. Ambos dieron carta de legitimidad a una imagen de la gitana como mujer exótica, hipersensual, peligrosa…, representante al fin y al cabo de una alteridad extrema frente a la cual se encontraba la construcción (no menos imaginaria, densa y normativa) de la feminidad burguesa respetable.

Y si la alterización de la gitana se convirtió en un instrumento para perfilar los contornos de la feminidad ortodoxa durante el siglo XIX, no menos utilidad tuvo su proceso complementario: la prefiguración de una masculinidad gitana que, funcionando de nuevo dentro del mismo juego de opuestos, contribuyó a refirmar los supuestos del hombre occidental-civilizado. Como recuerda María Sierra en «Hombres arcaicos en tiempos modernos. La construcción romántica de la masculinidad gitana», los gitanos fueron estigmatizados como una minoría ajena tanto al progreso como a la identidad nacional, particularmente (aunque no solo) en España y al amparo del exotismo que destilaban los relatos de no pocos viajeros románticos extranjeros y unos cuantos escritores autóctonos. La masculinidad fue un espacio especialmente propicio para el desarrollo de un proceso paralelo de racialización que imaginó –y con ello creó– un gitano de tez negra y corazón salvaje, que por su aspecto sería susceptible de quedar emparentado con alteridades culturales de otras latitudes y que por la sinceridad de su instinto sería considerado particularmente cercano a la animalidad. Un gitano valiente y estoico, celoso guardián de los de su estirpe y a la vez peligroso –por vehemente, desordenado y ocioso– para el orden moral de las sociedades burguesas. En definitiva, un gitano prefabricado como instrumento de reforzamiento, por oposición, de los modelos de virilidad que sostenían el régimen liberal y cuya utilidad como contrapunto a lo normativo conducía a la pregunta de si era posible, o siquiera deseable, que fuera asimilado a la sociedad mayoritaria.

El artículo de Miguel Ángel Cabrera y Josué J. González Rodríguez, «De gitanos a ciudadanos. La redefinición liberal de la identidad gitana en España», aborda esta cuestión y defiende que el ascenso del liberalismo en España trajo consigo una nueva concepción y un nuevo diagnóstico de la situación social y la identidad de los gitanos. Partiendo del supuesto de la existencia de una naturaleza humana universal, los gitanos dejaron de ser considerados como sujetos intrínsecamente distintos y su diferencia (esa a la que se aludía desde la literatura y la tratadística contemporánea) comenzó a aparecer a ojos de los liberales como un mero desajuste social transitorio que era susceptible de ser subsanado. Es decir, parecía posible convertirlos en ciudadanos integrados (racionales, autónomos, socialmente responsables y económicamente productivos), erradicando su diferencia por medio un proceso de homogeneización y asimilación. Las leyes de vagos y la educación fueron las dos caras de una misma estrategia de tutela que en algunos casos, como apuntan Cabrera y González Rodríguez, dio sus frutos en forma de gitanos que se reconocieron a sí mismos como ciudadanos de pleno derecho. No obstante, las fuentes para el estudio de las consecuencias de este proyecto liberal escasean, aunque no es difícil deducir la limitada influencia positiva que aquellas intenciones civilizadoras tuvieron en la cotidianeidad del pueblo gitano español.

Más allá de nuestras fronteras y en fechas muy próximas, el interés por “lo gitano” seguía materializándose en distintos grupos de intelectuales que, en sintonía el interés por lo folclórico propiciado por las corrientes románticas europeas, creyeron haber encontrado en los gitanos el rastro de una forma de Arcadia premoderna. El texto de David Mayal, «La Gypsy Lore Society y la figura del “auténtico” romaní», se adentra en el caso inglés a partir del análisis de los eruditos británicos que conformaron la célebre Gypsy Lore Society desde 1888. Institucionalizada como la primera y principal sociedad consagrada al conocimiento de la cultura romaní, sus entusiastas miembros se autoidentificaron como verdaderos “amigos” de los gitanos y compartieron la convicción de que estos constituían una raza a punto de extinguirse; una (supuesta) inminente desaparición que condujo a los de la GLS a plantear su trabajo de documentación y reconstrucción rigurosa de lo gitano como una causa altamente urgente. No obstante, según Mayal explica, la devoción que profesaban hacia el proyecto y el alto grado de objetividad que prometían en sus escritos no fueron óbice para que tales trabajos reflejaran una clara actitud “aristocrática” (o elitista, tal vez), latente bajo consideración de los gitanos como seres a “cazar” para situar bajo el microscopio, y se vieran lastrados por un alto grado de parcialidad dada la “creatividad” con que describieron su objeto de estudio.

A consolidar esta visión e idealización de la diferencia gitana estaba contribuyendo de manera determinante el desarrollo contemporáneo y trasnacional de disciplinas como la antropología física. Según afirma Leonardo Piasere en «Crania cingarica. La construcción antropológica del cuerpo gitano (1780-1930)», esta nueva disciplina prestó una particular atención a la medición y estudio del cuerpo de los gitanos desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el XX. Estos estudios antropológicos estuvieron radicalmente influidos por los estereotipos que, al tiempo, se estaban configurando sobre los mismos gitanos (referidos en artículos anteriores, como los Berná y Sierra). Su novedad fue la utilización de la autoridad científica del dato (fundamental en tiempos de preponderancia positivista) para demostrar que el cráneo de los gitanos poco se asemejaba al de las razas blancas o europeas. Para los antropólogos, la fisionomía craneal hablaba por sí sola y contaba la historia de un pueblo de tez y orígenes oscuros, posiblemente emparentado con las razas hindúes, o tal vez africanas (ambas vías fueron exploradas), pero desde luego distinto e inferior al blanco-europeo. La “craneomanía” venía, en definitiva, a reforzar con sus tablas y cálculos osteométricos el ya de por sí bien apuntalado cuerpo de estereotipos estigmatizadores atribuidos al pueblo gitano.

Esta insistencia casi patológica en afianzar una representación del gitano como un ser subalterno no impidió que la temática de lo gitano se convirtiera en uno de los elementos más característicos del imaginario culto y popular de la primera mitad del siglo XX. En su artículo «Una controvertida fascinación escópica: Visiones de lo gitano en el teatro de Antonio Quintero y Pascual Guillén», Emilio J. Gallardo-Saborido analiza el desarrollo del género teatral andaluz en las primeras décadas del siglo pasado a partir de las comedias de dos de los dramaturgos más populares del momento, demostrando no solo la estrecha vinculación que existía entre las representaciones de lo regional andaluz y lo racial gitano, sino también el alto grado de aceptación y popularidad que alcanzaron tales representaciones en los escenarios madrileños. El éxito de comedias como La copla andaluzaLos Caballeros o Morena clara evidenciaban el profundo calado que las consabidas imágenes de los gitanos como otredad exótica e incluso cómica tenían entre amplios sectores de la ciudadanía española; una ciudadanía no perteneciente ni a la élite científica ni a los círculos eruditos humanísticos, pero que mediante su aplauso y halago a estas comedias continuaba ratificando y difundiendo un estereotipo racista y denigrante como más de cinco siglos de recorrido.

Para finalizar, Carolina García Sanz cierra el dosier con «Presuntos culpables: un estudio de casos sobre el estigma racial del “gitano” en juzgados franquistas de vagos y maleantes». Este trabajo muestra las implicaciones que las predefiniciones de lo gitano tuvieron desde la criminalización racial de este pueblo a finales del siglo XIX hasta su incriminación parapenal durante las décadas centrales de la dictadura franquista. Como señala García Sanz, las indagaciones de la conocida como Escuela Criminológica española de principios del siglo XX sirvieron para respaldar la tesis del “gitano” no solo como tipo racial-primitivo sino también criminal. Tal estigmatización tuvo un fuerte impacto en la legislación disciplinaria posterior, en tanto que hizo posible la aplicación automática del concepto de “peligrosidad social” a estos supuestos criminales-gitanos. La Ley republicana de Vagos y Maleantes constituyó un claro ejemplo de los usos selectivos de la misma contra grupos pre-etiquetados, como los gitanos, y más aún en su aplicación durante el régimen franquista. Según muestran los expedientes incoados por los Juzgados Especiales de Vagos de Andalucía, el lenguaje procesal empleado en los años cincuenta y sesenta asimiló plenamente estas concepciones sobre el “peligro social”, que atribuían una conducta delictiva a los gitanos por el hecho de estar identificados como tales, privándoles de cualquier garantía de presunción de inocencia. Un ejemplo, en definitiva, de violencia racista extrema que, como el resto de casos estudiados en este dosier, demostraba las consecuencias un proceso de clasificación, alterización e incriminación cuyas raíces se prolongan siglos atrás pero cuyas consecuencias se dejan sentir hasta nuestros días.

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